Ir a ver un Shakespeare siempre es un riesgo. Riesgo de aburrirte como una ostra. De entrada, la propuesta de Rigola pinta bien, pues plantea un Coriolà, a priori un poco espeso, en algo menos de una hora, y con una propuesta "moderna".
El resultado, no sé muy bien qué decir. Salgo de sala pensando en que no tengo demasiado claro qué de nuevo han pretendido mostrarme. Un planteamiento escénico potente en su modernidad. Unos actores declamando perfectamente, tratando de no hacer aburrido lo que a priori lo es. Momentos álgidos, gracias a coreografías más cercanos a teatro-danza que a teatro clásico. Momentos "peñazo", donde se empeñan en captar la atención del espectador tan sólo disfrutando de textos recitados mientras los actores permanecen sentados en sillas.
Pues eso, que no sé muy bien qué decir. Si tuviera que mojarme, pues no ha estado mal
Rubén Hernández
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